Hoy he empezado el día con prisas. Me he dormido, en un cuarto de hora me ha tocado ducharme, arreglarme y salir por la puerta si no quería llegar tarde al trabajo y, para variar, me ha tocado correr para pillar el autobús que casi se me escapa. Vamos, empezamos bien…
Uno de los problemas que tenemos los habitantes de las ciudades (me incluyo, palabrita) es que muchas veces somos ajenos a lo que nos rodea y más si vienes con prisas. Inconscientemente se vuelves anónimo entre la multitud y ésta a su vez te vuelve a ti, aunque no quieras. Si intentas que alguien te mire o intentas llamar la atención de algo o de alguien, ya eres un bicho raro.
A veces (no muchas) un pequeño incidente inocente puede acabar con esa coraza que da el anonimato.
Pues después de todas las prisas mañaneras, el autobús estaba medianamente lleno, no abarrotado, pero no he podido sentarme. En esas que un usuario que estaba a mi lado casi se cae de espaldas por culpa de un frenazo. Bueno, casi nos caemos los dos, porque, cual ficha de dominó, se ha abalanzado sobre mí. Menos mal que una es fuerte y esas cosas, si no nos vamos al suelo.
Cuando el (joven, hombre, chico) se ha dado la vuelta para darme las gracias y excusarse (o excusarse y darme las gracias, el orden de los garbanzos no altera el cocido), le he sonreído diciendo que no te preocupes, nos puede pasar a todos… y cuál ha sido mi sorpresa cuando el (joven, hombre, chico) me ha regalado la sonrisa más fantástica que he visto en mi vida.
Ha sido un rayo de luz al amanecer (bueno, es lo que era, casi de noche) y me ha iluminado el alma en un momento. Una de esas sonrisas sinceras y abiertas, con algo de humor y sin ningún tipo de segunda intención. Toda una sorpresa (muy grata, por cierto).
Si tuviera que decir que cara contenía esa sonrisa no podría describirlo, no recuerdo nada, ni los ojos, ni el color del pelo, ni la ropa, sólo la sonrisa que me ha deslumbrado.
Así que si vuelvo a ver a mi anónimo (joven, hombre, chico) y no me sonríe, no voy a poder reconocerlo. Lástima. Aunque ya me ha alegrado el día que se avecinaba desastroso.
Chachi. Chitos kon b patokiski
Uno de los problemas que tenemos los habitantes de las ciudades (me incluyo, palabrita) es que muchas veces somos ajenos a lo que nos rodea y más si vienes con prisas. Inconscientemente se vuelves anónimo entre la multitud y ésta a su vez te vuelve a ti, aunque no quieras. Si intentas que alguien te mire o intentas llamar la atención de algo o de alguien, ya eres un bicho raro.
A veces (no muchas) un pequeño incidente inocente puede acabar con esa coraza que da el anonimato.
Pues después de todas las prisas mañaneras, el autobús estaba medianamente lleno, no abarrotado, pero no he podido sentarme. En esas que un usuario que estaba a mi lado casi se cae de espaldas por culpa de un frenazo. Bueno, casi nos caemos los dos, porque, cual ficha de dominó, se ha abalanzado sobre mí. Menos mal que una es fuerte y esas cosas, si no nos vamos al suelo.
Cuando el (joven, hombre, chico) se ha dado la vuelta para darme las gracias y excusarse (o excusarse y darme las gracias, el orden de los garbanzos no altera el cocido), le he sonreído diciendo que no te preocupes, nos puede pasar a todos… y cuál ha sido mi sorpresa cuando el (joven, hombre, chico) me ha regalado la sonrisa más fantástica que he visto en mi vida.
Ha sido un rayo de luz al amanecer (bueno, es lo que era, casi de noche) y me ha iluminado el alma en un momento. Una de esas sonrisas sinceras y abiertas, con algo de humor y sin ningún tipo de segunda intención. Toda una sorpresa (muy grata, por cierto).
Si tuviera que decir que cara contenía esa sonrisa no podría describirlo, no recuerdo nada, ni los ojos, ni el color del pelo, ni la ropa, sólo la sonrisa que me ha deslumbrado.
Así que si vuelvo a ver a mi anónimo (joven, hombre, chico) y no me sonríe, no voy a poder reconocerlo. Lástima. Aunque ya me ha alegrado el día que se avecinaba desastroso.
Chachi. Chitos kon b patokiski