10/4/08

Día de locos... o no...


7:45: Llegada a la oficina. Qué sueño… un café antes de sentarme delante de la pantalla.

7:58: Me siento. Enciendo el ordenador. Bbbzzzzzzz hala… en marcha….

8:07: Correo… puaj… ¡qué montón de trabajo que me espera hoy...!

8:25: Revisión de temas pendientes… Bufffff me va a dar algo ….

8:33: Tirurí tirurí… (teléfono)…

- ¿Diga? ¿¿¿¿¿¿MANDE LO CUALO??????

8:34: Reunión urgente a las 11. Y me acaban de avisar…. No tengo preparado ni material para repartir, ni fotocopias… ni nada de nada…. Aaggggghhhh odio las prisas que no son por mi culpa….

9:45: Ya me he sentado…. Oig…. ¡¡¡Demonios!!!…. Qué manera de correr…. Y todavía no he empezado a trabajar, como quien dice…

10:30 tirurís tirurís varios… poco trabajo adelantado… demonios… voy a matar al Bell ese que se le ocurrió inventar el teléfono de las narices…

10:40 Tirurí tirurí… y yo con cara de pocos amigos… grgrgrgrgrgrgrgr….

- ¿Diga?
- Hola preciosa… ya sabía yo que tu voz melodiosa me iba a salir por el otro lado de la línea.

Sonrisa de oreja a oreja, la primera sincera en toda la mañana. Me encanta este tipo. No sé si es que intenta camelarme siempre que llama o simplemente es así. Prefiero agarrarme a la segunda opción.

No es más que otro de los clientes, y ni siquiera el más habitual. Pero existe un feeling… no sé cómo explicarlo… es un señor mayor, a punto de jubilarse pero es de los que primero pregunta cómo estás y después van por faena. Y con el día estresado que llevo hoy… como que se agradece.

Después de cinco minutos largos de conversación tranquila me dice lo que necesita y se lo soluciono. Después de otros cinco o diez minutos más de blablablabla colgamos el infernal (bueno, ya no tanto) chisme.

Mira tú por dónde… ya me he tranquilizado para toda la mañana… si es que… una se conforma con poquito. Hala… sonrisa puesta y a acabar de currar. Ya no me afecta ni la reunión ni nada.

Chitos con b. Gordotes hoy, mira por dónde… me siento generosa

9/4/08

Hospitales y madres


Estoy harta de pasearme por las salas de urgencias del hospital del barrio. Todo este deambular se lo debo a mi “pobre” madre, hipocondríaca donde las haya y que siempre acaba por liarme en sus historias. Sé que peco de blandengue, pero no puedo evitarlo. Cuando me viene con esos ojos llorosos y la nariz colorada, cuando me mira así por encima de las gafas y me dice aquello de..

- Hija mía, no me encuentro nada bien.

Yo entonces me echo a temblar, intento huir, pero sus sollozos y sus suspiros me ablandan. Y ella lo sabe. Y se aprovecha.

La última dolencia es lengua sucia y un nosequé en el estómago. No me extraña. Cada año en primavera pasa igual. Se acabaron los cocidos y las lentejas hasta el otoño, cuando se quite el bañador. Ahora en la nevera sólo hay productos light. De todo, pero bajo en calorías, sabor y consistencia. Lo único que es más alto es el precio. Lo que debería de hacer para bajar esos quilos sería darle a la lechuga y a la zanahoria, que son mucho más sanas y baratas que esas porquerías en las que se gasta el dinero de la pensión.

Bueno, lo dicho. Una vez convencida y arrastrada, aquí estoy, en esta sala de espera, con mi madre enfundada en su mejor vestido y gimiendo ¡Ayes! Cada vez que ve una bata blanca. Porque cuando los médicos o las enfermeras no aparecen se dedica a leer la última novela rosa del escritor de moda. Y yo no sé porque demonios se arregla tanto para ir al hospital.

- Nunca se sabe quien puede verte en esos sitios. Imagina que me encuentro con algún conocido, ¡cómo voy a ir sin arreglarme un poquito!

El “arreglarse un poquito” significa pasarse media hora en la ducha, embadurnarse de crema para el cuerpo de olor a rosas, maquillarse hasta la última peca o granito incordiante que, precisamente le ha salido esa mañana. Revisar todas las arrugas, descubrir alguna nueva y disimularlas lo mejor posible con el último potingue de la marca más cara que hay en el mercado (porque siendo tan cara tiene que ser la mejor). Después se enfunda en ese modelito que se compró hace mucho tiempo y que yo no había visto hasta entonces, y, después de quejarse de que no tiene ropa en condiciones para estos casos (que son una o dos veces al mes) salir hecha un pimpollo de la habitación dispuesta a amargarme la tarde.

No puede decirse que mi madre sea fea, al contrario, sus sesenta y tantos (ni siquiera a mí me los confiesa) los lleva muy bien. Las horas de gimnasio, sus sesiones de masaje, los jacuzzi y los baños de barro, así como algún fin de semana en el balneario de nosedonde la mantienen en forma. Yo siempre digo que eso es un sacacuartos, pero ella me responde que lo necesita, que si su stress, que si sus huesos, que si… el caso es tener excusas para hacer lo que le venga en gana.

También sale de vez en cuando con las amigas de toda la vida. Las que como ella se casaron muy jóvenes en aquellos tiempos y se dedicaron a tener niños y a ser amas de casa que era lo único que sabían hacer y para lo que estaban preparadas. Cada semana montan una merienda en casa de una son los famosos tés con pastas, muchas pastas y, por supuesto, con sacarina. Ese día, mi madre saca el juego de porcelana de Sévres, las cucharitas de plata y el azúcar negro o la sacarina en polvo. Las mujeres llegan a eso de las 4 y se quedan hasta la hora en la que tienen que preparar la cena al marido o a los hijos de turno porque, pobrecitos, no podrían arreglárselas si no estuviéramos nosotras por ellos.

Según ellas, se desviven por sus hombres y sus retoños y después se quejan de la igualdad de la mujer. ¡Si son ellas las primeras que no nos dejan hacer nada!.



P.D. Aclarar que esta no es mi madre, sino la madre de una amiga que la tiene amargadita a la pobre. A mi me toca una como ésta y me hago huérfana, palabritaderniniohesú.


Hala, Chitos.

7/4/08

Almacén


Hoy he visto que han alquilado el local que mi padre hacía servir de taller. Recuerdo el lugar oscuro, sin ventanas, sólo iluminado con luz artificial, todo repleto de cosas, trastos útiles e inútiles.

El local en cuestión tiene forma de U. En el cuadrado principal las paredes están forradas con pilas de cajas de refrescos, unas vacías y otras llenas, la estantería del centro abarrotada de grandes herramientas eléctricas, y la otra pared con los estantes enormes y todas ese revoltijo de tubos de varios grosores y materiales, maderas, tablones de andamio, hierros,... hay estanterías hasta el techo, llenas de cajas cerradas a veces etiquetadas y a veces no. Creo adivinar alguna de botellas de aceite, cava o whisky o algún licor raro, también hay cajas de madera, de esas que hacían antes de las que sobresalen cosas, tubos, espirales, cables,... están demasiado arriba para poder verlas bien.

Por todas partes vas encontrando los más diversos objetos, un congelador para los helados, un lavavajillas que instaló y a los 3 meses tuvo que sacar porque a los señores no les acababa de gustar eso de lavar los platos en el cacharro. La carretilla, el esqueleto del expositor de botellas de cava y el de las antiguas botellas de leche, motores de un sinfín de aparatos, desde lavadoras hasta compresores... Hay que tener cuidado dónde pones el pie o te apoyas, puedes cargarte algo o hacerte daño.

Llegando al ala de la derecha me encuentro una pequeña mesa arrimada a la pared, creo que es de una máquina de coser y, encima, unas estanterías diminutas que contrastan con las grandes que hay en las otras paredes. Es un rompecabezas multicolor, el rincón de las pinturas. Muchísimos botes de esmalte de los más variados y variopintos tonos y tamaños, guardados con mimo desde tiempos inmemoriables. Colores pasados de moda y tan antiguos que se han vuelto a recuperar, multitud de pinceles, brochas, rodillos... de todas las medidas y materiales. Un caos multicolor y divertido.

El ala derecha está destinada al taller. En realidad no es más que un pasillo ancho que va a dar al patio de luces, donde hay un aseo y poco más. El banco de trabajo va de puerta a puerta, de la de la entrada al taller hasta la del patio, debe hacer unos 2,5 m y un metro de profundidad. Está ajado, con marcas de sierra y de taladro llenas de una mezcla de serrín, cola y barniz. La verdad es que hay polvo de madera por todas partes, bueno y del que no es de madera también. Hay que tener cuidado con lo que tocas y con la ropa que llevas, puedes acabar hecho un asquito.

Encima del banco hay más estantes llenos de cosas para trabajar la madera, en el frente unos paneles con todas las herramientas habidas y por haber colocadas en riguroso orden. La verdad es que nunca he visto una sola herramienta tirada, a no ser que se estuviera utilizando para algo. Debajo del tablero pueden encontrarse otras más grandes, la sierra radial, las taladradoras, etc.

En uno de los laterales de la pared hay un panel con interruptores y enchufes. El panel es de madera tosca y los plásticos son de diverso tamaño y color. Mi padre tenía una concepción de lo práctico y el buen gusto un poco particular. En el otro lateral, un mosaico de cajitas diminutas que contienen clavos, tornillos, tuercas, embellecedores y toda clase de objetos pequeños que pueden ser necesarios en un momento dado.

En la pared opuesta al banco se encuentra el material eléctrico. Cajones adosados a la pared llenos de enchufes, conexiones, circuitos, bombillas pequeñas, y vete tu a saber qué. Cada frente de cajón tiene una inscripción a mano con su contenido. Encima, enrollados alrededor de unos clavos grandes incrustados en la pared hay cables gruesos, de antena o de luz, pero de un grosor considerable. No se ve el color de la pared, está todo condensado en tan poco espacio....

El ala izquierda está partida en dos por un altillo que va de pared a pared hasta el fondo del local. En la parte de arriba se pueden encontrar objetos grandes o largos y que no se utilizan con asiduidad. Listones de madera, tubos de cobre o de plomo, maderas de estantería finas, un carro de supermercado (todavía estoy preguntándome de dónde demonios lo ha sacado) y unas cajas, que hasta que no desmantelamos el local no descubrí que contenían toda la loza que había recuperado mi madre del antiguo bar que antes regentaban. Llevaba allí unos 30 años o más, no voy a explicar en que estado de suciedad se encontraban, porque ya se puede imaginar.

En la parte inferior, a la derecha, hay unas abrazaderas incrustadas en la pared para poner cables, pasacables y tubos de pvc de tamaño mediano. Nunca he visto esas abrazaderas vacías. Los cables varían de color y tamaño y están clasificados según la frecuencia de utilidad, o sea, caótico.

A la izquierda hay unas estanterías de megalux que no sé ni qué contienen. Es lo que mi padre llamaba la “estantería del sastre” o sea, que lo que no sabía dónde poner, allí iba. Allí me encontré los cuadros chinos lacados que mi tía me guardó desde que yo era pequeñita. Los tengo atesorados con mucho mimo, espero ponerlos un día en un lugar destacado de mi casa.


Otro día, más cosas.

Chitos con b.